Nos dice la autora de esta página, la profesora Guadalupe Palacio de Gómez:
Los nombres de las calles no siempre conservan un sentido para los habitantes de la ciudad.
Cuando Rosario no era más que una aldea, los pobladores bautizaban las calles con el apellido del vecino más ilustre.
En el año que fue sancionada nuestra Constitución Nacional, 1853, don Estanislao Zeballos (padre) realizó la primera nomenclatura rosarina.
De allí en más, los nombres fueron dedicados a personajes relevantes, próceres y batallas.
Con el correr de los años significaron la expresión ideológica de quienes ocuparon el poder.
La nomenclatura ayuda a conocer y comprender nuestras vicisitudes políticas, nuestras coincidencias y disensos.
También contribuye a perfilar la fisonomía del rosarino, cuyo orgullo de ser hijo de esta urbe que se debe a sí misma, suele otorgarle un feliz encantamiento hacia "la patria chica".
Las tramas textuales sobre "Historia de las calles" revisten distintos niveles lingüísticos según el contexto en que fueron inscriptos.
En algunos tomé una clara finalidad estética con recursos literarios para que los lectores ingresaran en el conjunto de vivencias, encontrando la significación producida por la anécdota de los personajes.
En otros usé un lenguaje informativo ciñéndome a documentos y a un método de rigurosa investigación al reproducir minuciosamente testimonios de la realidad. En efecto no pude usar figuras literarias en temas específicos como serían las batallas por la Independencia u otros hechos históricos.
Más, en los textos argumentativos he recurrido a citas o enunciados de personas reconocidas como una autoridad. En síntesis sólo fue mi propósito ilustrar sobre el porqué de los nombres de la ciudad.
ROSARIO: LA ALDEA QUE SE ANIMÓ A SER CIUDAD
El escritor rosarino Sebastián Riestra establece en su artículo “Una ciudad fundada por su gente” Diario La Capital (1867 -2007) Rosario, 15 de noviembre en el 140° aniversario de su creación: “Suele decirse que Rosario no tiene fundador. Y discusiones históricas de rango erudito al margen, han dicho que los hombres y mujeres que caminan por sus calles no parecen interesarse demasiado por el asunto. El pasado no es cosa de ellos: el presente vertiginoso y exigente, los tiene atrapados en sus magníficas redes y no les permite mirar en torno suyo. Menos aún para atrás, una zona que a muchos les resulta virtualmente desconocida.
La revelación surge con nitidez: “La ínfima aldea ribereña por cuenta propia y sin pedir permiso a nadie, empezó a crecer a mediados del siglo XIX sin pausa junto al imponente Paraná. No tuvo fundador porque fue fundada por su misma gente.
…Nunca contaron- verdad sea dicha- con el apoyo, mucho menos la simpatía de Buenos Aires. Y tampoco de la capital de la provincia, la orgullosa y patricia Santa Fe. Jamás les importó. Ellos sabían, sin decirlo, que se fundaban así mismos. Que dependían de su personal y exclusivo esfuerzo…”
Rosario no tuvo fundador, hecho que no ocurrió con otros centros poblados de menor importancia que nuestra ciudad.
Incontables fueron los intentos de hallarle a Rosario, un fundador, oficial, imaginario sinónimo de ilustre, formulados sin sustentohistórico alguno, ignorando las motivaciones originarias de su nucleamiento espontáneo.
El germen de la ciudad de Rosario fue un poblado, conocido a fines del siglo XVII como Pago de los Arroyos.
Amplio territorio rural regado por numerosos cursos de agua al sur del río Carcarañá: los arroyos Blanco, Ludueña, Saladillo, Frías, Seco, Pavón, el Arroyo del Medio Y Ramallo.
Los Cabildos de Santa Fe y Buenos Aires discutieron la jurisdicción sobre el Pago, hasta que la cuestión fue resuelta en el año 1721 estableciéndose como límite: “el Arroyo del Medio”, que perdura hasta la actualidad separando la provincia de Santa Fe de la de Buenos Aires.
El primer acto de dominio privado en este espacio que hoy es Rosario, se produjo cuando se estableció el primer poblador, el capitán Romero de Pineda.
Debió ser bravo soldado, listo para lances y de singular coraje al enfrentar querandíes y charrúas, logrando hacerse acreedor como premio a sus servicios de una merced que el Gobernador General y Capitán de las Provincias del Río de la Plata, Don José de Herrera y Sotomayor le otorgara en nombre de su Majestad, el rey de España, el 29 de agosto de 1689.
La merced fue redactada en esta forma: "Concédele la merced real para el ilustre capitán de caballos, sus hijos y descendientes por sus méritos y servicios y por ser hijo, nieto y bisnieto de los primeros conquistadores y pobladores de estas tierras" (refiriéndose a la ciudad del puerto de Buenos Aires) y así mismo por ser noble y casado con mujer de igual calidad".
Como reconoce el historiador Fernández Díaz: "la donación constituye una ejecutoria de nobleza en reconocimiento a sus servicios.
La misma comprendía tierras desde el paraje llamado de las Salinas (hoy Ludueña) hasta el que llaman de la Matanza (hoy Arroyo Seco) sobre el río Paraná de frente y por fondo todo lo que estuviese vacío, abarcando entradas y salidas, aguadas, montes, lagunas y tierras anexas para que en las mismas fundase estancias, considerando todo como cosa propia, adquirida por el título que se le diera."
Según César Carrizo en "Imagen y jerarquía de Rosario": "Era el predio una vasta extensión de cinco leguas sobre las barrancas del Paraná por seis leguas de fondo hacia tierra firme".
Al aceptar tal donación Romero de Pineda debía cumplir esta consigna: "Recorrer la tierra y defender el camino en tránsito trazado por los conquistadores que unía Buenos Aires con el interior y pasando por las inmediaciones de lo que se llamaría Pago de los Arroyos, guardia permanente de estos caminos".
Distrito rural poblado por gran cantidad de ganado bagual y regado por varios cursos de agua.
Romero de Pineda contaba con una treintena de hombres dedicados a las vaquerías, incursiones que realizaban en el campo para cazar el ganado cimarrón, al que le extraían el cuero, el sebo y la lengua - dejando el resto del animal tirado en la tierra para ser utilizado por animales salvajes-. Posteriormente instaló su estancia.
Como afirman Augusto Fernández Díaz y Juan Alvarez “Puede inferirse que el sitio elegido por Romero de Pineda para establecer su estancia fue la desembocadura del Saladillo, en su banda norte, por ser un “paraje ideal por ofrecer el río un puerto abrigado y ser tierras vacunas”.
A su muerte en 1695, la superficie comprendida entre los arroyos fue dividida entre sus dos herederas: Francisca, casada con González Recio y Juana, casada con Gómez Recio.
El heredero de Juana hizo construir una pequeña capilla de barro y paja para que sirviera de oratorio en su estancia
Desde 1731, los rosarinos festejaron el 7 de octubre como el Día de la Virgen del Rosario. Todos los primeros domingos de octubre y el de Pascua, fueron los dos acontecimientos anuales que vincularon a la población del caserío con el de la campaña.
En 1757, don Santiago Montenegro donó tierras para levantar la nueva capilla y trazar la plaza. (Esa capilla se emplazó en el mismo lugar donde hoy se erige la Iglesia Catedral).
Asevera Patricia Ana Tica de Vitantonio: “A principios del siglo XVIII, el avance indígena amenazó la existencia las poblaciones del norte santafecino y obligó a sus vecinos a abandonar el pago del Salado, importante núcleo de población, de la ciudad de Santa Fe y del pago de Coronda – despoblado en el año 1774 – y convenció de la necesidad de buscar refugio más seguro al sur del río Carcarañá. Las familias que abandonaron aquella región se establecieron en el Pago de los Arroyos con el consentimiento de sus propietarios.”
De ese modo el Pago de los Arroyos fue creciendo y expandiéndose hasta convertirse en 1823 en Ilustre y Fiel Villa del Rosario, aunque 11 años antes, en el atardecer del 27 de febrero de 1812, ese pobre pueblo, vio con orgullo flamear por primera vez en sus barrancas nuestra Celeste y blanca, gracias a la obstinación y el impulso de un abogado devenido en jefe de una expedición militar de azaroso resultado, el general Manuel Belgrano.
Pasaron cuarenta años, desde la creación de la Bandera,y el día 3 de agosto de 1852, el vencedor de Caseros, el general Justo José de Urquiza otorgó a Rosario, el título de ciudad.
Una ciudad repito, que es hija natural de sus vecinos, que se levantó desde un paupérrimo poblado por la prepotencia del trabajo e hizo sentir su peso en el devenir histórico del país aunque se lo hayan querido negar; un Rosario de plastilina que se moldeó, con barro y con cristal, pero nunca dejó de crecer. Ello se descubre en el recorrido de los archivos fotográficos…
Lo mismo afirma Miguel Angel De Marco (h) en “La ciudad nacida de la confianza en sí misma”...”Desde sus más remotos orígenes la población del humilde caserío comprendió que tenía pocas alternativas para superar los condicionamientos impuestos a su crecimiento por los intereses propios de Santa Fe y Buenos Aires. Fue así que forjó tres actitudes superadoras: integrarse con el exterior, ganarse su propio sustento y conservar su libre iniciativa en materia de producción económica, desarrollo cultural y vida social.”
Asiente Rafael Ielpi en “La persistencia de creer en el futuro”. Diario La Capital 1867 - 2005: “…Rosario es como Barcelona, una capital cultural que supera a las capitales políticas e institucionales y alza la capacidad creadora de su gente como la expresión más perfecta de su desarrollo, de sus posibilidades y de su destino.”
A mi criterio: “Una ciudad que construyó su propia identidad con la cosmogonía de sus inmigrantes de ayer y sus descendientes, más los emigrantes de los pueblos del interior, que hoy manifiestan tanto realizaciones socio-económicas y múltiples proyecciones culturales, tan fuerte como en el grito de gol de las dos divisas futboleras”.
En ese marco está también la mirada al río, que se constituyó en una de los referentes principales, a tal punto que obligó a los urbanistas a revalorizar en los últimos años, la relación que la ciudad mantenía con el Paraná.
Hoy Rosario avanza de frente al río, al igual que “La Patria Abanderada”- obra del escultor Fioravanti- escultura emplazada al frente, en lo alto del Monumento Nacional a la Bandera, que como una mujer indígena porta la Bandera de la Patria con una tacuara en lugar de un mástil, simbolizando nuestra Nación que se lanza hacia las aguas de la eternidad buscando sus mejores y más grandes destinos.
Por último expreso:
Las calles son testigos y memoria en el tiempo, condición que les permite mostrar la evolución del país, la región y la ciudad a lo largo de plurales centurias permitiendo pulsar la capacidad creadora de generaciones que levantaron una gran urbe tras vencer la pobreza, la incomunicación y el desierto.
Las calles configuran un mensaje visual que contiene presencias y rincones con características propias dentro del paisaje urbano y que el hombre en su desplazamiento diario ignora.
En ellas son múltiples las sorpresas y descubrimientos posibles, con variantes incluidas aún dentro de un mismo espacio.
Después de consultar más de cien textos y múltiples informaciones versátiles de diarios y revistas: literarias, políticas o sociales, junto a las memorias de organismos estatales, correspondencia pública y privada, más archivos diplomáticos, censos y estadísticas que se publicaron hace más de un siglo; como también rastrear datos y biografías a través de la palabra de sus descendientes o vecinos, es mi propósito no sólo exponer el porqué de los nombres impuestos por Ordenanza y Decretos Municipales, sino contar historias verdaderas, reconstruyendo en forma fecunda el pasado de la ciudad, la provincia y el país.
CONTROVERSIA HISTÓRICA ENTRE BARTOLOMÉ MITRE y VICENTE FIDEL LÓPEZ
Es mi propósito al componer los textos sobre las calles, "emplear la controversia histórica entre Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López (hijo de López y Planes)."
Fue célebre entre sus contemporáneos, la polémica que sostuvieron los historiadores Vicente Fidel López y Bartolomé Mitre.
En ella puede advertirse un gran remanente romántico, y a la par una vislumbre del positivismo. La posición de López apuntaba a escribir historia con una tendencia filosófica y a considerar como fuentes de igual valor documentos o tradiciones orales, sin detenerse en una labor esencialmente crítica.
En cambio Mitre personificando la “Historia oficial” consagraba su versión crítica de nuestro pasado: escribió sobre la leyenda negra de la colonia, largo período perdido en el oscurantismo, la irrupción de un Mayo celestial inspirado en Francia y en los Estados Unidos, y para nada en lo que estaba ocurriendo aquí, cuyo norte era el librecambio; luego resaltó una Guerra de la Independencia con granaderos de oro y azul, apuestos como soldaditos de plomo, obviando los trasfondos políticos, sociales o económicos de ese decenio, para arribar a la irrupción de siniestros y barbudos montoneros cuyas bajas pasiones los movían a pelear, de puro malos, contra el talentoso Rivadavia. Y por fin la roja negrura de la tiranía de Rosas…. Había dejado de ser historia para convertirse en dogma” según agrega Miguel Ángel Scenna, en “Los que escribieron nuestra historia”.
A pesar de las discrepancias, ambos historiadores coincidían en que la historia, cualquiera fuera la perspectiva ideológica o doctrinaria, tenía que estar bien escrita.
Ambos apuntaban, en este sentido, a continuar con la tradición romántica de resaltar el carácter del héroe y de "ambientar" el contexto de los acontecimientos con amplios recursos estilísticos.
Particularmente siglos de por medio, al escribir historia me siento identificada con ambos enfoques, porque la vida de muchos hombres, pequeños y grandes, blancos y negros, pobres y ricos, débiles o aguerridos, a su manera fueron en busca de lo que creyeron lo mejor y lo más bueno para el terruño, que hoy es nuestra Patria.
Sus decisiones aunque controversiales, están inmortalizándolas en las calles de Rosario.
Guadalupe Palacio de Gómez.